Una cuestión de identidad

Una cuestión de identidad

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¿Soy yo? ¿O tal vez sea un otro? Nosotros somos la construcción de una historia. Si cambian los datos objetivos de esta historia, cambia nuestra percepción del mundo.

La película “El otro hijo”, basada en un hecho real, nos cuenta la historia del intercambio de dos bebés en un hospital de Haifa, Israel, durante un bombardeo en 1991. Por esta causa accidental, ambos bebés fueron criados en culturas enfrentadas, constituyendo al “otro” enemigo hasta el descubrimiento de su verdadera identidad, en el año 2009.

¿Se imagina usted, como si se tratara de un cuento borgiano, despertándose un día con una identidad renegada por usted mismo y su familia y convirtiéndose en un enemigo en su propio entorno?

Su vida es la del otro, y su ADN lo empuja a ser ese otro, ¿Cómo se sale de este laberinto cruel y dramático?

Para sobrevivir y sobrevolar la historia de la familia, los personajes de esta historia tomaron el riesgo de ampliar su horizonte. Ya no pudieron volver atrás. Dejar en la ignominia a un propio hijo, que no fue responsable de irse, es socavar la propia miseria humana. Tanto la familia palestina, como la israelí, incorporaron a sus hijos de sangre sumándolos al núcleo ya constituido.

Las almas grandes aceptan su destino y juegan las cartas que les tocaron como cartas marcadas. El amor y la aceptación son caminos sinuosos pero fundantes.

Nosotros somos la historia que nos construimos. En nuestros relatos somos médicos, abogados, argentinos, o directores de una empresa.

Somos una excusa espiritual del universo que se expresa humanamente.

Si por un instante sintiéramos lo que siente el otro -empatía- podríamos aceptar que el mundo no es como lo vemos sino como somos.

Podríamos sentir al otro, ver como ve él; tal vez podríamos ser el otro por un instante. En esta ampliación de la conciencia el otro deja de ser mi enemigo. Es una otra historia que se forja por excusa de la vida.

Por lo tanto, trabajar y diseñar nuestro yo es una construcción arquetípica que nos fortalece ante cambios externos.

Somos el abogado o el director de la empresa, pero esta característica no está asociada a nuestra identidad sino a lo que hacemos. Somos nosotros los que tomamos el ropaje de la vida para ser “ese” y no el “otro”.

Fortalecer nuestro yo sin posesiones ni cargos nos enfrenta a un mundo real de posibilidades.

El mundo no es como lo vemos sino como somos. Afianzar nuestros valores de ser quien venimos a ser; y ser mucho más que actores de nuestras circunstancias.

Escrito por Victor Raiban

 

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