Miente, miente…nada quedará
Las prestigiosas marcas y los grandes líderes son apenas imaginables ocultando información o tergiversando la verdad. Su imagen está asociada a la confianza, la honestidad, y los valores éticos superiores.
Mentir viene del latín mentiri, decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa. Asimismo, mentir abarca al que finge o simula una situación. Hacerse pasar por alguien que no se es o tomar roles que no son los ajustados a la realidad.
Por lo tanto, para mentir no hace falta hablar. La intención es todo; el resultado es el engaño.
Los equipos de alto desempeño eligen la vulnerabilidad como plataforma en los vínculos y las reglas entre sus integrantes. Este es uno de los cinco principios básicos que nos ofrece Patrick Lencioni, quien lo expresa de la siguiente manera: “Trabajar en equipo no es una virtud, es una elección consciente y voluntaria que surge construyendo lazos de confianza basados en la vulnerabilidad humana que muestran los integrantes del equipo, ante sus errores, temores, y dificultades”.
La tradición ética y filosófica se divide entre aquellos que dicen que una mentira no es condenable, como la mentira noble de Platón, Levi Strauss, Maquiavelo; y quienes piensan que, por más piadosa que pueda ser la mentira, no es ético mentir. Tal es el caso de Aristóteles, San Agustín y Kant.
Tomás de Aquino, por su parte, distingue tres tipos de mentiras: la útil, la humorística y la maliciosa. Según él, los tres tipos de mentira son pecado. Las mentiras útiles y humorísticas son pecados veniales, mientras que la mentira maliciosa es pecado mortal.
¿Hay mentiras piadosas o útiles, donde el engaño no es malicioso?
Cuando el engaño no es en beneficio propio o motivado por la codicia y la mezquindad, podemos afirmar que mentir tiene consecuencias, pero no tiene el mismo peso ético.
Veamos un ejemplo; mentir a un familiar que tiene cáncer, a la espera que el diagnóstico se lo de su medico, no es lo mismo que el que toma ventaja con el engaño para sus propios intereses.
Vayamos a lo que pasa en nuestro cerebro cuando mentimos: se activan tres regiones diferentes, el lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el lóbulo límbico, y lo hacen en mayor medida que cuando decimos la verdad. Mentir requiere un esfuerzo cerebral extra, ya que cuando lo hacemos se activan zonas del córtex frontal que desempeñan un papel en la atención y concentración, además de vigilar posibles errores y suprimir la verdad. La mentira espontánea estimula una parte del lóbulo frontal relacionada con el funcionamiento de la memoria, mientras que la mentira ensayada estimula una parte distinta en la corteza frontal derecha, relacionada con la memoria episódica.
La mentira afecta la confianza y los vínculos. Aquellas personas que faltan a la verdad son inconscientes del impacto que ocasionan. Esta práctica es parte de la humanidad en estado de evolución y produce efectos devastadores en la familia, los equipos de trabajo y los pueblos.
Mentir tiene la peor cara de la moneda. Tiñe el alma como una noche profana.
La mentira es un ancla que nos lleva a la esclavitud, así como la verdad nos hace libres. En palabras del propio Jesús: “la verdad os hará libres”.
Escrito por Víctor Raiban
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